Se la sabía, sin quererlo se había aprendido cada coma, cada punto y silencio de aquella conversación y con tan solo releerla, el agobio de aquella noche le perseguía.
Un sabor al peor jarabe que puedas asociar, una mezcla que raspa, quema y aunque lo intentes evitar se queda.
Como su nombre en su cabeza.
Se queda y vacila, porque nunca se marcha, solo pisa la puerta agarra el poco y permanece ahí, firme con cara desafiante y el labio inferior entre los dientes.
Sin decir una palabra (como siempre).
Como si fueran niños que juegan a la estatuas, pero sin canción de fondo que les detenga, la tensión que existe le quita protagonismo a todo, es palpable, hasta un punto que intimida, que acojona.
Y es que cuando ambos quieren, no hay quien los separe.
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